Cuando hablamos de agresividad nos viene a la cabeza gente pegándose,
insultándose o gritando. No obstante, la agresividad no es más que la manifestación
de una emoción que subyace a ella: la ira. Cuando un niño reacciona y pega a su
compañero, no debemos limitarnos a pensar que lo hace porque el otro le ha
molestado, aunque es probable que así sea, sino recapacitar sobre qué valores
estamos transmitiendo a nuestros hijos y qué modelos de actuación les estamos
dando para que su respuesta inmediata ante un conflicto sea la agresividad o la
violencia.
Pero, ¿qué es la ira? Es una fuerza interna que surge de nosotros para
dar respuesta a diferentes situaciones que vivimos y que nos producen tensión,
malestar o frustración. No obstante, es cierto que ante las mismas
frustraciones o situaciones negativas no todos respondemos de la misma forma;
esta diferencia depende del temperamento de cada persona, pero también de
experiencias previas, de los pensamientos y creencias, de los modelos vividos…
La ira es una emoción que es necesario encauzar de manera adecuada,
expresándola a través del lenguaje u otras formas de conducta, pero huyendo de
la agresividad o destrucción hacia los otros.
¿Qué hacer ante las
conductas agresivas de nuestros hijos?
Cuando tu niño manifiesta expresiones de ira tales como gritar, pegar o
romper cosas, lo más habitual es decirle: “No grites”, “No pegues”… Pero hay
que pensar que la partícula “no” es una negación, y con ella pretendemos la
paralización de la conducta, pero insistiendo en el “no”, no ayudaremos a
nuestros hijos a saber qué hacer. Por lo tanto, es fundamental seguir una
estrategia diferente:
1- Mantener el control: Es muy importante que los padres sean capaces de
controlarse, ya que los niños imitan lo que ven. El dicho “haz lo que yo diga y
no lo que yo haga” no vale con los niños. Si cuando te enfadas con él le gritas
o incluso le insultas, será lo que él haga cuando sienta ira. Pero si le
demuestras que hablando y con una actuación coherente el enfado desaparece, lo
percibirá como una forma de expresión eficaz.
2- Observar a tu hijo, investigar y reflexionar sobre su comportamiento
para saber qué está pasando: Es frecuente etiquetar comportamientos de los
niños sin tener en cuenta factores como si están enfermos, cansados y, por
supuesto, sin valorar el tipo de comportamiento. No es lo mismo que entre en
casa dando un portazo y gritando, a que esté insultando a su hermana porque le
ha roto algo. Observar implica ver qué hace y por qué lo hace.
3- Reflexionar con él sobre las causas de su enfado: En el momento que
el niño establece una relación directa entre motivos y conductas, comienza a
analizar las situaciones de una forma más eficaz y aprende a responder también
de un modo más adaptativo. También es muy importante identificar los
antecedentes del comportamiento, no solo externos (me han insultado, no me deja
su juguete…), sino también internos (hambre, cansancio, etc.). Y, finalmente,
cuando nos cuente algo hay que prestarle una atención constante.
4- Ser justo con él. En ocasiones, estarás tan enfadado que te resultará
imposible no gritarle o decirle algo incorrecto. Si después, una vez calmado,
reflexionas y le pides perdón por el comportamiento erróneo, verá que reconocer
el error no nos hace peores y que es algo que debe hacerse cuando uno se
equivoca. No por ello perderás autoridad, sino que ganarás su respeto.
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