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COMO TE TRATES, SE TRATARÁ TU HIJO

Por: Por Marta Dormal
A menudo mis colegas y amigos me dicen que soy muy severa conmigo misma y que debería tener más autocompasión. Hasta hace poco, este concepto no me era muy familiar. ¿Autocompasión? ¿No es este un término que la gente usa para encontrar excusas y ser autoindulgente?
Recientemente he aprendido que la autocompasión genera beneficios importantes que van más allá de mejorar nuestro propio bienestar emocional. Por ejemplo, puede mejorar enormemente nuestras prácticas de cuidado y, lo que es más importante, el desarrollo socioemocional de los niños que nos ven como su modelo a seguir.
La autocompasión en los primeros años
La crítica de los padres cumple un papel crucial a la hora de moldear el desarrollo socioemocional de los niños. Cuando hablamos de crítica, probablemente lo primero que se nos viene a la cabeza es un tipo de advertencia firme enfocada hacia el cuidado del niño, por ejemplo, para evitar que se meta en problemas o, de manera general, para orientar su conducta:
“No seas tan tonto, ¡si bajas corriendo la escalera te vas a caer!”.
“¿Por qué eres tan desordenado? ¡Saca de ahí tus juguetes!”.
No nos damos cuenta de que, con mucha frecuencia, se trata de una autocrítica que el cuidador se hace a sí mismo en presencia del niño, y que apunta a lo que considera como sus propias deficiencias como cuidador:
“¡No puedo creer que olvidé comprar pañales otra vez! ¡Soy tan idiota!”.
¿Les suena familiar?
Los niños expuestos a estas situaciones pueden interiorizar la voz crítica del cuidador y asumirla como un mecanismo motivacional útil y necesario. Si bien algunos de estos niños pueden convertirse a futuro en padres muy afectuosos, muchos, sin embargo, se vuelven muy críticos con ellos mismos y son más propensos a sufrir de ansiedad y depresión en la edad adulta.
Moldeando la autocompasión
Una manera muy práctica y efectiva de evitar que los niños se vuelvan excesivamente autocríticos es moldear la autocompasión en frente de ellos.
Esto implica reconocer nuestras limitaciones frente al niño y hacerlo de una manera muy clara pero compasiva, para evitar enviar el mensaje de que la autocrítica es una respuesta apropiada a una equivocación. Volviendo al último ejemplo de los pañales olvidados, uno podría detenerse y decir, por ejemplo:
“¡Qué fastidio! Olvidé comprar pañales y nos quedan muy pocos. Hoy tuve tanto que hacer que no me sorprende que lo haya olvidado”.
Responder a esta situación con autocompasión no solo enseña a los niños que cometer errores es simplemente humano y aceptable, sino que también puede ayudar al cuidador a manejar de mejor modo y con mayor juicio las frustraciones y dificultades de la crianza.
Fortalecer la capacidad del cuidador para responder más que para reaccionar
Es más fácil decirlo que hacerlo. La crianza es estresante y son incontables los momentos en que reaccionar nos parece inevitable y perdemos nuestra capacidad de controlar los impulsos.
Los expertos reconocen la necesidad de que los cuidadores cultiven fuertes habilidades de función ejecutiva y de autorregulación, que les proporcionen la habilidad de ofrecer un cuidado amoroso y que responda a las necesidades de los niños, para que ellos, a su vez, puedan desarrollar también esas destrezas. Si bien las bases de estas habilidades se construyen en los primeros años, es posible fortalecerlas durante la edad adulta mediante un entrenamiento correcto y a través de la práctica.
El Centro para el niño en desarrollo de Harvard (Center for the Developing Child, en inglés), por ejemplo, está trabajando en varias iniciativas de entrenamiento específico para cuidadores de entornos de bajos ingresos en estas capacidades fundamentales, adecuándolas a la situación en las que serán usadas.
Entre estas, Ready4Routines (listo para las rutinas), actualmente en fase experimental en Estados Unidos y Canadá, se enfoca en el desarrollo de estas destrezas de función ejecutiva tanto para el padre como para el niño, en el contexto de la construcción de rutinas familiares.
Los padres asisten a entre 8 y 12 sesiones donde reciben entrenamiento sobre concienciación, planificación con antelación y reflexión, y se les distribuye tarjetas de actividades para practicar en el hogar con el niño durante los momentos de rutina como la hora de bañarse o acostarse.
El trabajo conjunto entre padres y niños para planificar y ejecutar las rutinas ayuda a los padres, por un lado, a desarrollar destrezas de “paternidad consciente”, es decir, la habilidad de aprovechar al máximo cualquier oportunidad de desarrollar interacciones significativas con el niño durante el día, deteniéndose y permaneciendo enteramente presentes mientras duren. Por otro lado, las rutinas estables proveen a los niños del sentido de seguridad y regularidad que requieren para su desarrollo saludable.
Simplemente, sé amable contigo mismo
Estas intervenciones se enfocan en una amplia gama de capacidades fundamentales que nos pueden ayudar a ser mejores cuidadores. Pero cuando se trata de la autocompasión, hay una moraleja crucial: si eres un adulto con importante presencia en la vida de un niño, recuerda pausar, respirar y ser amable contigo mismo cuando no te sientes a la altura de tus expectativas. Las investigaciones no solo demuestran que con ello te estás haciendo un regalo a ti mismo, sino también al niño que es cercano a ti al mejorar sus destrezas socioemocionales a lo largo de la vida.
Comparte tus experiencias de cuidado autocompasivo en la sección de comentarios o menciónalas en @BIDgente en Twitter.
Marta Dormal es consultora en desarrollo infantil temprano en la División de Salud y Protección Social del Banco Interamericano de Desarrollo.

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